ESPN BOXEO
La dupla entrenador-boxeador es tan compleja como difícil dentro y fuera del ring
Don Turner tenía una sonrisa en su rostro, mientras estaba sentado en el sillón
de su casa, ubicada en los suburbios de Filadelfia, y observaba una cinta de la
pelea donde Evander Holyfield venció con un sorpresivo nocaut a Mike Tyson en
noviembre de 1996.
Turner entrenó a Holyfield para la pelea y estaba destinado a una
satisfacción. Casi todo mundo consideraba la pelea como una misión suicida, y
los casinos de Las Vegas pusieron a Tyson como favorito con momios de 18-1. Jay
Larkin, jerarca de la división de boxeo de la cadena Showtime, pasó muchas
noches en vela previo al combate, preocupado por haber cometido un grave error
al aceptar transmitir la pelea.
Turner puso pausa a la cinta de manera frecuente, para explicar lo que le
había indicado a Holyfield y el por qué. Luego, pondría de nuevo la cinta para
observar cómo Evander ejecutaba el plan de la pelea como un robot. No era nada
complicado: golpear de inmediato cada vez que Tyson conectara era clave -- y fue
lo último que Turner le dijo a Holyfield antes del primer campanazo. Al final,
el plan funcionó, los casinos fueron más castigados que Tyson, y la fe de Turner
en el "no favorito" fue reivindicada.
"Puedo decirle a la mayoría de los boxeadores cómo ganar una pelea", dijo
Turner. "El problema es que la gran mayoría no tiene los pantalones para hacer
lo que yo les digo. Evander sí los tuvo".
La relación entre un peleador y un entrenador crea una dinámica única. Es
compleja y multifacética, y cuando todo se integra de la forma en cómo se dio
con Turner y Holyfield, lo que luce como una causa perdida se convierte en un
triunfo. Pero ése es el mejor escenario. Cada pelea es diferente y presenta
ciertas dificultades. A veces, el exceso de valentía es el problema, y no la
falta de la misma.
Ése fue el dilema que enfrentaron Joel Díaz y Freddy Roach el pasado
sábado, cuando Timothy Bradley Jr. y Ruslan Provodnikov exhibieron una gran
cantidad de ferocidad. Ambos hombres soportaron mucho castigo, y hubo momentos
en que tanto Roach (entrenador de Provodnikov) como Díaz, consideraron parar la
pelea.
"Hubo un momento en que Bradley llegó a la esquina confundido, y debía
tomar una decisión", confesó Díaz. "En ese momento, no me puedo quebrar. Debo
ser fuerte. Tuve que abofetearlo un par de veces para despertarlo. Estaba
lastimado y tuve que hacerlo reaccionar".
Roach enfrentó algo similar. Prácticamente le rogó a Provodnikov que le
mostrara que estaba bien, en múltiples ocasiones en los rounds finales. A final
de cuentas, Roach y Díaz, junto al réferi Pat Russell, permitieron que la pelea
continuara -- una decisión que agradó a los aficionados en la arena y a la
audiencia televisiva en HBO --. Juntos, Bradley y Provodnikov crearon algo
especial. Determinar cuál es la decisión correcta, entre dejar que la pelea siga
hasta los 12 rounds o no, (en materia de salud), es materia aparte. Lo último
que necesita un boxeador es un entrenador que tenga más coraje que él.
Los entrenadores frecuentemente usan la palabra "nosotros" para referirse a
ellos y a los boxeadores con quienes trabajan. Y pese a que son un equipo, dista
mucho de ser una sociedad equitativa. El peleador hace todos los sacrificios,
recibe todos los golpes, tortura su cuerpo a lo largo de una trayectoria plagada
de campamentos de entrenamiento, y sufre los efectos a largo plazo por absorber
tantos golpes. Cierto, los púgiles reciben una gran tajada de la bolsa en
disputa, pero solamente tienen una carrera -- usualmente breve --, mientras que
el entrenador puede extenderla siempre y cuando atraiga clientes.
Escoger a un entrenador es muy parecido a elegir una esposa o esposo: a veces,
eres afortunado desde un inicio, como Marvin Hagler y los hermanos Petronelli,
por ejemplo; pero es más común que se den situaciones de acierto y error. No es
una situación idéntica para todos. Sólo porque un entrenador tenga éxito con un
boxeador, significa que será igual con otro púgil.
De manera comprensible, los boxeadores buscarán al entrenador con la
"mano caliente". Roach, por ejemplo, fue nombrado entrenador el año por la
Asociación Estadounidense de Cronistas de Boxeo (BWAA) cinco veces entre 2003 y
2011, básicamente por su trabajo con Manny Pacquiao. Peleadores de todo el mundo
llegaron al gimnasio de Roach (el "Wild Card Gym" en Hollywood) y a muchos de
ellos les fue bien -- no tanto como a Pacquiao, pero su suerte mejoró.
Roach, sin embargo, parece que se convirtió en víctima de su propio
éxito. Tomó a demasiados clientes, y se extendió demasiado, lo que llevó a que
Amir Khan se sintiera menospreciado y se fuera a trabajar con Virgil Hunter,
quien por mucho tiempo ha sido el entrenador del medallista olímpico y actual
monarca supermediano, Andre Ward. Junto a Roberto García, Hunter es el hombre de
moda. Aunque es muy pronto para determinar si podrá hacer que Khan recupere su
nivel, Hunter estuvo atado de manos cuando Lucas Matthysse recientemente
aniquiló a otro de sus pupilos, Mike Dallas Jr., apenas en el primer round.
Nadie se mantiene "caliente" indefinidamente.
García ganó el premio de la BWAA en 2012, y gracias a un establo
envidiable que incluye actualmente a Nonito Donaire, Brandon Ríos, Evgeny
Gradovich y a su hermano menor, Mikey García, está bien posicionado para
repetir. Pero, si la historia nos indica algo, incluso la racha de García
terminará. Siempre ocurre.
En lugar de buscar a un entrenador superestrella, un peleador usualmente
estará mejor atendido por alguien con quien tenga buena química y que no esté
demasiado ocupado para darle la atención personal que requiere. Igual de
importante es trabajar con un entrenador que muestre un estilo que coincida con
el temperamento del peleador, y que ayude con sus fortalezas.
Sería, por ejemplo, contraproducente para alguien cerebral como Nacho
Beristaín -- quien se especializa en moldear a un artista como Juan Manuel
Márquez -- entrenar a alguien explosivo como Provodnikov. Pero eso no implica
que no se hayan cometido errores. Joe Frazier esperaba que cada boxeador que
entrenaba (incluyendo a su hijo Marvis) peleara de la manera como él lo hacía,
una meta irreal y una receta para el desastre.
"Entrenar boxeadores es como intentar atrapar un pez. No es fuerza, es
técnica", señaló Angelo Dundee en el libro "Corner Men: Boxing Great
Trainers", escrito por Ronald K. Fried. "Debes tratar al pez con calma, y
luego ir tras él".
Hay múltiples facetas en el trabajo de un entrenador, que van desde el
acondicionamiento físico y enseñar técnicas de boxeo, hasta establecer un plan
de batalla y motivar a los peleadores entre cada round. A veces, tienen que
jugar al psicólogo, y muchos son mentores para los púgiles, llenando el hueco de
la figura paterna de aquellos que no cuentan con su padre en casa. Es una labor
de amor para muchos de ellos, y pocos son los que ganan grandes cantidades de
dinero.
Obviamente, los entrenadores son un componente vital del deporte en
cualquier nivel, pero a veces reciben más crédito o culpa de la que merecen. E
incluso los mejores admiten que están a merced de una verdad inevitable:
"Les diré algo acerca de los entrenadores, y eso me incluye", mencionó el
célebre entrenador Ray Arcel a Fried. "Solamente eres tan bueno como el boxeador
con quien trabajas. No me importa cuánto sabes, si tu boxeador no puede pelear,
eres como cualquier otro vago en el parque".
O, como Dundee lo explicó: "Si el tipo que está sentado en el banquito no
puede pelear, entonces estás metido en todo tipo de problemas".
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